«Cuanto más nos recuerdan que los recursos naturales son finitos, más nos desplazamos en manada a los bosques y a los desiertos y más habitamos en edificios de cristal que requieren un gasto enorme en calefacción y aire acondicionado. ¿Por qué demonios hacemos precisamente lo contrario de lo que deberíamos hacer? No estamos enamorados del medio ambiente real, sino de las previsibilidades abstractas —de la seguridad y no de la santificación, de la suave monotonía y no de los álamos moteados—.»Eric G. Wilson, Contra la felicidad. En defensa de la melancolía.
La cita está tomada de un breve pero poderoso libro que, desde hace unos meses, se ha convertido en pieza clave de mi biblioteca personal. Hoy, hojeándolo en busca de luces en medio de mis sombras, me topo con este párrafo y encuentro un buen pretexto para mantener vivas las reflexiones detrás de este espejo. La pregunta contenida en el centro de este fragmento es tremenda. Ahí la dejo, nomás pa' darle una pensada.
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