jueves, 26 de febrero de 2009

Competencia

«La competencia, considerada como lo más importante de la vida, es algo demasiado triste, demasiado duro, demasiado cuestión de músculos tensos y voluntad firme, para servir como base de la vida durante más de una o dos generaciones, como máximo. Después de ese plazo tiene que provocar fatiga nerviosa, diversos fenómenos de escape, una búsqueda de placeres tan tensa y tan difícil como el trabajo (porque relajarse resulta ya imposible), y al final la desaparición de la estirpe por esterilidad. No es solo el trabajo lo que ha quedado envenenado por la filosofía de la competencia; igualmente envenenado ha quedado el ocio. El tipo de ocio tranquilo y restaurador de los nervios se considera aburrido.»
Bertrand Russell, La conquista de la felicidad.
En estos días me traigo entre manos este texto de Russell, cuyo título remite sin duda a una biblioteca de autoayuda o superación personal. Mi escepticismo inicial ante las provocaciones del filósofo inglés ha ido siendo superado conforme avanzo en la lectura. Y confieso que en el capítulo dedicado a la competencia (de donde extraigo el fragmento anterior) me tiene ya de su lado. Si bien en ciertos aspectos sus reflexiones —publicadas inicialmente hace poco menos de un siglo— suenan anticuadas, en otros conservan una vigencia terrible. 

El engaño de creernos que en la competencia hallaremos la felicidad parece hoy más arraigado entre nuestra especie que en los días de Russell: ahí seguimos, tragándonos esa ilusión y justificándonos por ello; pues, incluso cuando un atisbo de sensatez nos lleva internamente a reconocer esta tragedia, de cara al mundo insistimos en poner una sonrisa como asegurando que somos felices y estamos haciendo lo correcto. 

viernes, 20 de febrero de 2009

Crisis de ideales

Zygmunt Bauman fue hace un año uno de los detonadores de este espacio. En estos días, preparando una de mis clases, me reencontré con uno de sus provocativos textos. En Vidas Desperdiciadas, Bauman describe con ojo crítico la cultura de residuos que caracteriza a nuestra modernidad líquida. Transcribo aquí un fragmento del texto que trabajé en clase con mis chicos. 
Para resumir: en ningún otro tiempo ha sonado más verídico que como suena en nuestro mundo moderno, licuado y fluido, el memorable veredicto de Robert Louis Stevenson, según el cual «viajar con ilusión es mejor que llegar». Cuando los destinos mudan o pierden su encanto más rápido de lo que pueden caminar las peirnas, rodar los coches o volar los aviones, seguir de viaje importa más que el destino. [...] La líquida cultura moderna ya no parece una cultura de aprendizaje y acumulación, como las culturas registradas en los informes de los historiadores y los etnógrafos. Más bien parece una cultura de la retirada, la discontinuidad y el olvido.

En esta clase de cultura, y en las estrategias políticas y vitales que valora y promueve, no queda mucho espacio para los ideales. Menos espacio para los ideales que provocan un esfuerzo a largo plazo, continuo y sostenido, de pasitos que llevan con ilusión hacia resultados ciertamente remotos. Y no queda espacio en absoluto para un ideal de perfección, que extrae todo su atractivo de la promesa del final de la elección, el cambio y la mejora. Para ser más precisos, semejante ideal puede seguir rondando sobre el mundo de la vida de un hombre o una mujer modernos y líquidos; ahora bien, sólo como un sueño, un sueño que ya no se espera que se haga realidad y que, cuando apunta a lo concreto, rara vez se desea que se haga realidad. Un sueño nocturno que casi se disipa a la luz del día.

miércoles, 11 de febrero de 2009

Renacer

Ayer una alumna me dijo en clase, palabras más, palabras menos: "Oye prof, yo quiero ser austera. ¿Puedo ser austera y tener alguna cosa cara?"

El comentario me atrapó por su sinceridad, por su tinte de ingenuidad. Un comentario así, viniendo de una adolescente que se mueve en un contexto socioeconómico seguro —más que seguro— me pareció un oasis de esperanza.

Y de pronto, recordé este proyecto. Recordé la chispa que encendió este espacio cuyo sentido he conservado ya desde hace un año sin ceder. Pese al abandono temporal en que lo tuve, las ideas que le dieron origen han seguido madurando en mi interior. 

Y así, ante el planteamiento de esta niña, no pude sino obligarme a regresar a este lugar. Y renacer en él. Arranca aquí esta segunda temporada.